Km. 0 / Km. 6,8 / Km. 12,3 / Km. 20,3 / Km. 23,8 / Km. 30,8 / Km. 32,8 / Km. 42,3 / Km. 44,3
Antes de iniciar nuestra aventura por el valle del Urola es importante saber que, aunque la ruta propuesta tiene su inicio en la localidad de Iraeta, el itinerario se ha ampliado algunos kilómetros hacia la costa.
Quien así lo desee, tiene la posibilidad de empezar esta vía verde desde la misma playa en Zumaia (km 0), perteneciente al Geoparque de la Costa Vasca. Desde dicha localidad costera hasta Narrondo, el trazado tiene las señas de identidad de un bidegorri o carril bici de 2,9 km. Sin embargo, desde aquí y hasta Iraeta (km 6,8), los ciclistas y senderistas deberán continuar su viaje por la carretera GI 631 durante 3,9 km, un vial que, ¡ojo!, tiene mucho tráfico.
Dicho esto, proponemos realizar el itinerario en sentido ascendente desde Iraeta (km 6,8) hacia Mirandaola (km 44,3), transitando con toda seguridad y comodidad desde un paisaje cercano a la costa hasta adentrarnos en montaña en paralelo al río Urola. Antes de dejar Iraeta, conviene darse una vuelta en el tren de Iraeta, el primer circuito de trenes en miniatura de Euskadi, un parque ferroviario construido junto al campo de fútbol de Zestoa. Su localización al inicio de la Vía Verde del Urola lo hace muy accesible para las familias y un complemento divertido a esta aventura ferroviaria.
Tras un tramo recto llegamos a Zestoa (km 8,3). Aquí merece la pena visitar el museo de la cueva de Ekain, que alberga la réplica de las pinturas rupestres de la cueva homónima, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Otra curiosidad en Zestoa la encontramos en el palacio Lili, en el que a través de la obra de teatro El honor de Lili se descubre cómo era la Gipuzkoa de hace cuatro siglos. El medieval palacio es el escenario de esta experiencia, donde la historia cobra vida, colocándonos en el mismo lugar de los hechos del relato.
Continuando el viaje pasaremos por el famoso balneario de Zestoa y por Lasao (km 12,3) a través de un tramo sinuoso de la vía verde hasta llegar a Azpeitia, por bellos paisajes de montaña y en compañía del río Urola. Acomodada a ambas orillas del río Urola, la localidad guipuzcoana de Azpeitia (km 18,3) se sitúa a los pies del Espacio Natural de Izarraitz, una crestería caliza de intrincados relieves, fenómenos cársticos y bosques de hayas y robles. Al igual que otras localidades del valle del Urola, Azpeitia es un cóctel industrial, rural y monumental, cuya fisonomía la componen polígonos industriales —fuente de su actual economía—, caseríos dispersos por las altas montañas y un casco histórico digno de ser visitado. No nos podemos ir de Azpeitia sin hacer parada en el Museo Vasco del Ferrocarril situado en la antigua estación de Azpeitia, corazón del antiguo Ferrocarril del Urola.
La Vía Verde del Urola continúa su andadura entre la urbanidad de Azpeitia y unas laderas verdes con dispersos caseríos. En este punto, el itinerario nos lleva al encuentro con el río Urola, vertebrador del paisaje y compañero inseparable hasta la conclusión de esta ruta. Una vez juntos, vía y río pasan junto al caserío Egibar y el didáctico Ekoetxea Azpeitia, y se alargan hasta la antigua estación de ferrocarril y los jardines que preceden al santuario de Loyola (km 20,3).
En la estación de Loyola, el carril asfaltado se interrumpe, pues un túnel ferroviario impracticable impide seguir el trazado original del ferrocarril. Tal interrupción no es más que una invitación a atravesar los sombreados jardines y detenerse ante el santuario de Loyola, obra cumbre del arte sacro en Euskadi. Bajo la aureola de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, el santuario es un conjunto compuesto por la basílica barroca de cúpula magistral y portada churrigueresca, la antigua casa-torre de los Loyola, lugar donde nació San Ignacio en 1491, la Residencia (1713), el antiguo convento y otras dependencias de interés. Es este el punto de inicio del Camino Ignaciano, que en su primera etapa hasta la localidad de Zumarraga coincide con el trazado de la vía verde.
Sobrepasado el santuario, la vía deja atrás el bullicio de los autobuses cargados de turistas y, nuevamente convertida en un llano y concurrido paseo, regala un delicioso tramo en su discurrir por el amplio y verde valle del Urola: primero junto al río, sombreado por plátanos, fresnos y alisos; luego, entre verdes prados y pintorescos caseríos; para terminar de nuevo aterrazado sobre el río.
En la llegada a Azkoitia (km 23,8), la primera mitad de la travesía por su casco urbano se hace sobre el bidegorri o carril bici que sigue fielmente el trazado del antiguo ferrocarril, pasando por la antigua estación de Azkoitia, hoy rehabilitada como biblioteca. En esta localidad, villa adoptiva de Oteiza, podremos ver el conjunto de seis frontones que simbolizan los siete Territorios Históricos de Euskal Herria.
A la salida de Azkoitia, el irrecuperado trazado férreo —a la espera del futuro acondicionamiento de este tramo— exige callejear por un casco histórico declarado conjunto monumental. Desde la estación de Azkoitia, la calle Xabier Munibe conduce al encauzado río Urola y a la plaza Desusen Biohotz Agurgarria, epicentro social presidido por la parroquia de Santa María la Real y el ennegrecido palacio de los Idiakez. Generosa cuna de míticos pelotaris, Azkoitia también sigue el patrón común en el valle del Urola: industrias, caseríos e historia. Destacan también la casa-torre de Balda, el palacio Floreaga Zar y el palacio de Intsausti.
Sin separarnos de la orilla derecha, seguiremos corriente arriba el río Urola hasta una amplia explanada desde donde el trazado del ferrocarril ha sido nuevamente acondicionado. La vía verde bordea el barrio de Jausoro, y desemboca en el polígono industrial Umansoro Diego Aita. Ahí, la calle izquierda conduce al aparcamiento que hay en la parte trasera del polígono y la continuación de la vía verde.
Esta avanza con personalidad entre hileras de árboles jóvenes, perfila el polígono industrial dejando grandes naves a un lado, y al otro lado altas montañas de pinos con márgenes de frondosas. Una vez superado el polígono, el asfalto se torna en gravilla compactada y la vía, sin perder su rectitud se sumerge entre frutales, huertas y dispersos caseríos y casillas. Intermedio entre la urbanidad y la naturaleza, este será un tramo plácido donde algún vecino se afanará en la labranza. Aquí también tendremos la oportunidad de pasar bajo el único paso inferior de toda la ruta, elemento ferroviario testigo mudo del paso de tantos trenes.
Todo cambia al atravesar por primera vez, sobre el mismo puente, el río Urola y la carretera GI 631. La vía se adentra en un estrecho valle, al que cabría tildar de garganta, por cuyo seno discurren emparejados la carretera y el río. Pasar por ese primer puente significa adentrarse en un mundo agreste, donde los ingenieros ferroviarios debieron emplearse a fondo para convertir en transitable una franja de laderas muy difíciles de dominar.
Y así, avanzamos: atrapados entre apretadas y empinadas laderas cubiertas por entero de fresnos, robles, alisos, castaños, arces, avellanos, acacias, plátanos y un perenne pinar que se alarga hacia las altas cumbres. A partir del estético viaducto sobre cuatro arcadas, el culebreo del río y valle es ya un franco retorcimiento. Por ello, la vía prescinde del río y su cuenca como vía natural y, al contrario que la carretera, mete la directa, perforando la roca con túneles y tendiendo puentes sobre el río. Así, la vía convierte su discurrir en una continua sucesión de paseos aéreos y subterráneos. «Aéreos» por los vistosos viaductos y numerosos puentes que cruzan la carretera y río, y de los cuales solo vemos su sencilla barandilla o estéticos pretiles curvos de rotundas vigas entrelazadas al más puro estilo ferroviario. Y paseos «subterráneos» por los numerosos túneles de todo tipo: cortos, medios y largos, curvos o rectos, forrados en roca viva o algo de ambos, secos o mojados, pero siempre frescos, con el suelo hormigonado e iluminados. Un tramo este que se queda en las retinas y deja con la sensación de que el ferrocarril doblegó aquí a una intensa orografía.
Hasta 9 puentes y 9 túneles atravesaremos para llegar a la antigua estación de Aizpurutxo, una aparición fantasmal entre tanto verde. Acto seguido la vía cruza otro puente, se introduce en el túnel 10 y se aterraza en la ladera, a bastante altura, sobre la estampa de la localidad de Aizpurutxo (km 30,8). Este pequeño núcleo urbano posee varios bares muy frecuentados por los usuarios de la vía verde. Existe un camino que baja desde la vía, pero también una fuente al borde del camino por si no necesitamos avituallamiento. Y abajo, en el río, si nos fijamos bien podremos ver con facilidad los cangrejos que habitan estas aguas.
A partir de Aizpurutxo continuamos por la garganta del Urola, aunque ahora las frondosas se limitan al lecho del río, dando rienda suelta a un pinar que lo cubre copiosamente todo. Asimismo, atrás queda el ir pasando de una orilla a otra constantemente. En adelante, la ladera de la izquierda será nuestra anfitriona; y los túneles, antes casi consecutivos, se irán espaciando a la par que aumentan su longitud, curvatura y oscuridad. Así, la ruta pierde la rectitud de la que hizo gala al entrar en el valle del Urola, para ajustarse a los contoneos de las laderas que suben hacia los montes Irino y Zamiño.
La vía atraviesa el largo túnel 19, el último de la ruta, y llega al área de descanso que hay en la zona conocida como Mesa de Aginaga, a la vera de la carretera que sube al homónimo caserío. La vía deja atrás las estrechuras montañosas, los túneles y los puentes, para adentrarse en un valle donde las montañas rebajan su bravura y ofrecen amplitud para componer una imagen idílica de prados y caseríos.
La Vía Verde del Urola cruza el río y se adentra definitivamente en Urretxu y Zumarraga (km 32,8). Entre edificios, el carril asfaltado alcanza la antigua estación y el centro urbano, donde podremos ver su museo de minerales y fósiles. Después de codearse con terrazas y jardines, la vía verde se prolonga como un grato paseo ribereño que concluye ante la antigua estación de Zumarraga, un bonito ejemplo de arquitectura popular que imita las formas del caserío vasco.
En Zumarraga merece la pena salirse de la ruta para acercarse a la ermita de La Antigua, un monumento histórico artístico nacional único por su cubierta y cercha realizadas enteramente con madera de roble. Eso sí, hay que saber que se encuentra alejada y sobre una colina.
En Zumarraga terminaba su periplo el antiguo ferrocarril del Urola. No obstante, la vía verde que tenemos entre manos se prolonga, en paralelo a la línea del ferrocarril en activo, sobre el trazado utilizado por el tren merancías de Patricio Echevarría, personaje clave en la siderometalurgia guipuzcoana.
De nuevo en marcha, rodeamos por el costado izquierdo la antigua estación y puesto de la ertzaintza, para tomar el bidegorri pintado de rojo en la acera, dejando a la izquierda la estación de la línea de cercanías en Zumarraga. Aquí, podemos tomar el tren y regresar hacia Donostia o bien seguir sobre este carril bici que prosigue por la mediana hasta llegar a una glorieta. Ante esta última, el carril asfaltado cruza la calle de la izquierda y se embarca en una nueva singladura.
La vía verde avanza perfilada a ambos lados por largas naves metalúrgicas, colosos humeantes y olor a hierro. Pasamos por una zona industrial por lo que tendremos que estar atentos de la circulación de camiones. Sin embargo, al cruzar el río Urola, se produce un espacio abierto donde tomar aire puro otra vez antes de sumergirnos nuevamente entre naves industriales y el terraplén que sustenta el paso de los trenes.
Entramos en Legazpi (km 42,3), el penúltimo punto de nuestra ruta, en un paisaje industrial que hunde sus raíces en aquellas ferrerías de viento que, en torno al siglo XIII, comenzaron a aprovechar la vitalidad de las aguas que bajaban de los montes para establecerse a orillas del río Legazpi, conocido desde entonces como Urola, que en euskera significa «agua de ferrerías». En Legazpi es imprescindible visitar el Museo de Chillida. En el piso inferior está el pequeño taller del artista, así como las máquinas de forja con las que hizo muchas de sus grandes esculturas, como el Peine del Viento de Donostia.
Las industrias artesanales en esta localidad tienen nombre y marca propios: Patricio Echevarria y Bellota. En 1908, Patricio abrió un taller dedicado a la producción de herramientas destinadas a todos los oficios, cuyo crecimiento resultó tan exponencial que fue el motor del desarrollo industrial y urbano de Legazpi en el siglo xx. El visitante podrá hacerse una idea clara de esta afirmación recorriendo una ruta cultural de más de 15 lugares ligados a la industrialización.
Nos quedan los últimos 2 km de recorrido hasta Mirandaola (km 44,3), sin duda, un lugar con mucho que ofrecer. Legazpi también vela por sus raíces más ancestrales, pudiendo presenciar a los artesanos en la ferrería de Mirandaola, una ferrería hidráulica del siglo XVI donde se puede ver toda la maquinaria y su funcionamiento, así como la vida de los ferrones y el modo de trabajar el hierro durante el pasado siglo. Junto a la ferrería se puede visitar el Museo del Hierro Vasco, que ofrece un chisporroteante espectáculo, final de lujo para esta excelente vía verde.
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