Cinco años más tarde, en 1877, con una guerra carlista de por medio que retrasó la obra, empezaron a rodar los trenes mineros desde los muelles de Lutxana hasta las diversas minas, a las que llegaban por diversos ramales que completaban hasta 60 km de raíles de ancho métrico. Líneas marcadas por fuertes pendientes, que beneficiaban una explotación de trenes que bajaban cargados de la mina al puerto, y vacíos y bien ligeros, en sentido ascenso a la montaña. Pero las pendientes eran tales que se llegó a contar hasta 21 planos inclinados que conectaban diversos tramos de la montaña y sus respectivas bocaminas.

La empresa fue un negocio redondo en sus primeras décadas, porque aquel eficiente sistema ferroviario evacuó millones de toneladas de hierro a barcos para fundiciones en Reino Unido. Llegó a contar incluso con tramos en vía doble para maximizar las circulaciones.

La pérdida de la productividad de las minas desde la segunda década de pasado siglo, sumado al auge de otros cotos mineros africanos, hizo que el tren fuera perdiendo vitalidad. En 1948, minas y ferrocarril fueron adquiridos por Altos Hornos de Vizcaya, que mantuvo el servicio para su propia fundición hasta 1970, año que cerró el ferrocarril. Una línea pura de trenes mineros,  y con un simbólico servicio de viajeros para el transporte de los propios mineros.